09 febrero, 2007

La llave

...El capitán McInney seguía dando pesados pasos, inclinado hacia delante, con una sonrisa macabra que tapada por su irregular barba solo dejaba ver algunos dientes amarillentos y la falta de otros. Rodeado de secuaces carecientes de algunas extremidades, ojos o simplemente misericordia, avanzaban con su sable casi clavandolo en los largos y hermosos cuellos de sus prisioneras. La tabla empezaba a doblarse hacia abajo, hacia fuera, hacia lo profundo y las ninfas prisioneras no podían dejar de resbalarse y patalear sin dejarse espacio a encontrar una solución, una salida.
Marie Ann sonrió de costado mientras miraba a sus compañeras, que ubicadas tras ellas parecían usarla de resguardo. Intentó plantar sus pies en la tabla y casi termina su vida antes de tiempo cayéndose al mar. Logró estabilizarse y clavándole la mirada de lleno a la boca del capitán le pregunto “que es acaso lo que deberíamos hacer nosotras para cambiar nuestra situación”. Rebalzando de sarcasmo y palabras rellenas de maquiavelia comenzó su discurso artillero sin dejar pirata en pie ni con algo de ese autoestima que las ninfas solían hacer creer a sus presas que poseían. Contando en forma de cuento fue advirtiendo de las perversiones y secretos que entre esos hombres se ocultaban; todos buscando poder sostener el poder para así agregarse la palabra “capitán” o hasta “coronel” a sus nombres, a sus títulos y tarjetas de presentación que desplegarían de sus maletines. Todo para poder recibir la inspiración, el gozo que les producía sentir que sabían “eso”, “algo”, y que llegaría la ninfa, que les plancharía la ropa y que quizás se entregaría completamente a alguno de ellos.
El espectáculo producido por Marie Ann empezó a contagiar a sus compañeras previamente aterradas. Disparando miradas crueles y vengativas, pero con cierta dulzura, que ellas confiaban que las caracterizaban, fueron dejando la tabla para llegar a cubierta, a lo más firme que se podía encontrar en kilómetros a la redonda, y allí a cada paso iban sacando mas pecho y mirando mas hacia el cielo, iban tornando sus labios temblorosos en sonrisas sin expresión, sus actitudes de presas en degolladoras de esperanzas pirata, en guarda cárceles imprudentes de miedos tan ocultos que hasta algunos de esos hombres no se animaban a pensar dentro de sus cabezas. Siguieron caminando hacia el cuarto del capitán mientras este arrodillado y tratando de levantarse rogaba por piedad a la que parecía su equivalente del otro bando. Se resbalaba, caía y se arrastraba dejando prendas de su uniforme y tarjetas de crédito y seguro social a los pies de las bellas criaturas que habían jugado a la victima para demostrar su superioridad, para decir por una ultima vez que a su juicio eran indestructibles, indesafiables. Sedientas de un poco mas entraron a la habitación y empezaron a llamar con dulce malicia a los demacrados seres que se escurrían por las tablas de madera, mientras otras empezaban a sacar de sus bolsillos cierta sustancia, cierto polvo que al impactar con las paredes y muebles estallaba en chispas y empezó a encender en llamas aquel ambiente. Los hombres parecieron recobrar todas sus fuerzas, fue como la ultima comida otorgada al condenado a la horca, fue como si en esas miradas ellos recobraron todas sus fuerzas, pero ahora estaban completamente sumisos a los deseos de las ninfas.
Y así fue como ellas fueron atrayéndolos al cuarto y ellos se arrastraban en dos patas como haciendo un ademán incompleto. Las bellas damas de cuellos largos y perfectos iban metiendo a sus piratas, girando y dejándolos entre las llamas, donde les contaban lo bien que todo llegaría a estar, lo poco que importara el descuido que ellos tuvieron a querer tirarlas por la borda en unos instantes. Les prometían banquetes, parrillas para dos a la luz de cientos de velas y noches de pasión interminables. Cuando todos ellos se ubicaron en el interior de la habitación Maria Ann giro la llave y giro hacia el capitán que llorando intentaba saltar al agua para evitar volver a ver sus ojos. La ninfa le ofreció con sexualidad y pasos firmes y voluptuosos, como de pasarela, la llave al capitán simbolizándola como una libertad absoluta y este pedía piedad, pedía redención, pedía cualquier otra cosa. Sus lagrimas ya colmaban sus palabras y se lo dejaba de entender. Marie Ann instantáneamente su puso completamente seria y dejo sus pasos para ponerse firme y arrojar la llave con sus fuerzas a lo profundo del océano. El capitán McInney giró su cabeza hacia lo azul como viendo el recorrido del objeto de bronce que prometía su libertad, pero se escapaba, diciéndole que no había salvación. Los gritos en llamas se oían desesperados desde la habitación, como si aun creyeran en un final feliz posible. Las demás ninfas miraron hacia atrás sin mostrar expresión alguna y al cabo de unos minutos se encontraban en un bote a cientos de metros del barco de mástiles viriles y velas infladas como pechos. Lo miraban incendiarse y empezar su ultimo viaje hacia el fondo del mar mientras iban pasándose, admirando y riéndose de la llave que Marie Ann simbolizo como la libertad absoluta de aquel grupo de hombres.


Escuchando Birds Of Fire de la Mahavishnu Orchestra

2 comentarios:

NFS dijo...

jajajaj es una chica!!! y sí, es absolutamente hermoso eso que escribió Emma*.

Con respecto al tema, siempre creí (sin ser lesbiana) que las mujeres son, en general, estéticamente más hermosas que los hombres... y, a riesgo de sonar ultra-feminista y generalizando un poco, más virtuosas (en el ammplio sentido de la palabra, claro).

Ahora, no estoy tan segura de que las mujeres busquemos cualidades femeninas en los hombres (¿quién dice qué es femenino y qué masculino?)... separar la biología de la cultura es bastante difícil en estos casos.

Besiiiiito* :)

Roberto Bernasconi dijo...

Boludo, estoy en un ciber y demasiado deprimido y frustrado como para leer lo que escribiste. En el barrio te bancamos igual.
El sabado casi segurola que voy a Pezzacre, cualquier cosa me chiflan.

Abrazo de gol.