18 enero, 2008

Juego

X



Tocando el dintel de la ventana con una mano se fue sentando sobre sus pantorrillas junto a la ventana. Bajo el codo hasta apoyarlo sobre el marco y dejo que su otro brazo siga el ejemplo obedientemente sin antes pasar por su cabeza, su pelo, moviéndolo para dejarlo igual a como estaba. Miró el cielo y bajo la vista al paisaje urbanizado, a los edificios bajos y viejos, notó distintos revoques pobremente realizados y estructuras, paredes y columnas que no parecían tan confiables como seguro en otro tiempo lo habían sido. Bajó más la vista, a la calle, y pudo distinguir diferentes personas. Aquel hombre del estacionamiento, el del almacén, una comerciante cruzando Estados Unidos, un grupo de turistas y subió un poco para concentrarse en las pequeñas ventanas de colores que una casa tenía en su fondo, probablemente en su cocina. Imaginó como se debía ser una mañana allí, desayunando: pocillos, manchas, platos llenos de migas y cubiertos con restos de mermeladas y miel. Todo siendo iluminado por un sol con lentes de colores. Paralelepípedos de varios amarillos, verdes, azules y naranjas tiñendo una mañana, la primer comida, las primeras palabras de los que habitaban aquella casa, que ya había imaginado, y hasta obviado, que eran varios.
Se quedo mirando las ventanas y pensó en el hermoso cielo que esta temprana mañana le pintaba con el correr de los minutos. “Hungry clouds swag on the deep”, murmuró sin separar mucho los labios, dejando su boca pequeña, sin terminar por cerrarla. Volvió a subir la vista al cielo y este seguía cambiando sus formas y colores a otras más estables. Otras formas y colores que durarían muchísimas más horas, que eran aptas para todo publico. Aquellos celestes y azules que cruzarían la ciudad mostrando diferentes nubes pequeñas hasta que llegue el atardecer. No se comparan con este amanecer violento, con las franjas rosas que ardieron desde el río hasta chocar con los diferentes naranjas que nacían tras la niebla, que fue huyendo para el sur de la ciudad. Que gracioso como un altar de Thestchen me termina haciendo sentir un “Wanderer above the sea of fog”. Rió hacia abajo, aun con su boca pequeña.
Levantó la vista rápidamente y el mar de niebla se oscureció y solidifico de nuevo en el paisaje de Buenos Aires por la mañana temprana. Volvió a notar diferentes edificios, sus ventanas y sus balcones. Imaginó distintos personajes y escenas despertando y desayunando en sus cocinas, comedores, sobre sus mesas y sobre sus rodillas en la cama. Notó ventanas y puertas de balcones entreabiertas y sintió que eran invitaciones a profundizar las sensaciones y efímeras imágenes que imaginaba dentro de estos departamentos. Se sintió deleitando el paisaje desde un trono, desde una omnipresencia, a más altura. Los edificios parecieron alejarse y pensó en todo aquello que estaba viendo que no era ella, que estaba lejos de ella. Aquel cielo con sus nubes, acercándose a los edificios lejanos a los cuales solo distinguía sus contornos. Siguió acercándose hasta poder diferenciar ventanas y persianas, y hasta flores, ahora. Volvió a ver las pequeñas ventanas de colores de aquella casa y bajo la mirada a donde la comerciante que cruzaba la calle ya era otra, a donde el grupo de turistas ya no tenia ni la misma nacionalidad, donde el mismo hombre seguía parado en la entrada del estacionamiento mirando hacia el lado del río. Llegó a distinguir adoquines y siguiendo su visión omnipresente se sobrepaso a ella misma, a su trono en primera fila, y notó que estaba sentada junto a una ventana con la cabeza apoyada sobre sus brazos, sobre el marco. Primero se imaginó como un personaje más en esa mañana de desayunos y bostezos y luego cayó en que de hecho lo era. Su omnipresencia se redujo a ser una ínfima cantidad de materia en un punto del espacio y tiempo justo y pensó en la cantidad de ventanas que debían seguir hacia arriba, abajo y luego hacia la derecha e izquierda. Se sintió mas pequeña aun imaginando como la señora de aquel edificio seguramente no podría diferenciarla del bloque de concreto al que pertenecía. Volvió a ser Paloma, a solo mirar un amanecer desde un lugar determinado, desde ningún trono privilegiado. Pensó en la cantidad de imperfecciones que el exterior del edificio en el que estaba mostraba hacia la calle y como estas le habían causado desconfianza momentos atrás.
Volvió a notar quiebres y rajaduras en paredes de edificios lejanos y no recordó haberlos visto sanos. Una media sonrisa le escapo y le termino generando cierta confianza en estas edificaciones viejas, y obviamente deterioradas, y pensó burlonamente en no juzgar a un libro por su portada. Se paró y fue a la biblioteca. Tomo su edición de “El casamiento del Cielo y la Tierra”, con las planchas e ilustraciones originales. Abrió y en una de las primeras paginas leyó “hungry clouds swag on the deep” en voz alta con su boca pequeña. Respiro profundo, se acostó y antes de dormirse pensó que solo en este momento puedo tolerar el canto de esos pájaros. Que en cualquier otro momento o circunstancia desearía su silencio más que nada. Pero después de este amanecer, podría intentar dormir hasta con una obra en construcción de fondo. Y la obra en construcción de fondo empezó sus ruidos para cuando ella entraba en sus sueños.