30 mayo, 2008

Peor escribir en el blog

Hoy pase por el starbucks, el del alto palermo, el unico que hay aca, creo...
Media cuadra de cola para comprarse un cafe en un vasito de ese tergopol de mierda que tanto contamina porque tarde como quinientos años en descomponerse... Pará, la idea era putear a starbucks, no asociarse a greenpiece.
Bueno, cuestion que parece que hay bastante gente dispuesta a esperar en el frio que hace para comprarse un cafe con logo (ahi va mejor)...
Encima la mayoria de la cola estaba formada por menores, estudiantes del secudario y demases gente con onda que no se si antes tomaban cafe, pero ni es el asunto...
Aunque sea un... no se. Alguien que toma cafe todos los dias.
Esto es una mierda. Tenia que reabrir este espacio para poder decirlo y move on-ear.
...
Realmente no sabia que se estaba tan en disposicion de las marcas estas. Osea, starbucks suele ser bardeada por la television y medios yanquis. No es que nos la pintaron como algo demasiado piola. Ni que traigan a... algo piola, eh... Eh? eh? Putos.

Encima el frio. Hace frio, hacia frio. No esperen ahi, vayanse. Que fue de los cafeteros?
Hubiese estado buenisimo que un cafetero se ponga a vender cafe en la fila de los que hacian fila para ir al starbucks. Aunque seguramente le iba mal. Le hubieran preguntado "pero... ¿tu vasito no tiene logo en ingles?¿como pretendes vendermelo?"
Pobres cafeteros. Yo el ultimo que vi fue el dia que tuve que esperar nueve horas para anotarme en las materias de la facu. Pero no, la burocracia del iuna probablemente este mas abajo en mi lista de cosas a putear que starbucks y sus precios. Arriba de starbucks esta la gente que va a starbucks.

Y respecto al frio: podemos, nosotros las personas, dejar de hablar del frio y el clima en general? No vemos que esto es algo que esta desde antes que nosotros? No nos viene a invadir. Dejemos de ponernos en el medio. De bien, che. No digo que hay que bancarsela sin putear, pero basta de hacer de esto un tema de converesacion. Y no me vengan con "es charla menor, para decir algo en el ascensor" porque si no hay otra cosa que decir bien se puede estar en silencio y ya.
Mejor el silencio.
Peor starbucks.
Mejor los cafeteros
Peor escribir en el blog.

16 mayo, 2008

Todavia sigue siendo martes

Todavía sigue siendo martes. El día empezó muy temprano. Con una ducha fría y unas tostadas empezaba a ponerme las prendas de una atareada jornada que probablemente no terminaría dentro de los límites de este día. No, no disfruto de ese quehacer constante y que, mientras se realiza, hasta puede parecer eterno. Volviéndolo a uno una poesía de un galgo que corre una liebre sin descanso y a su misma velocidad o que ya hace tiempo dejo de ver.
Sigo negándome a ver el tiempo dividido, mucho menos en días y medidas más pequeñas, pero la situación, el presente, lo fuerza a uno a travestir sus ideales, que igualmente no son más que eso: ideales. Y nada más. No hacen nada y uno pretende desvivirse por ellos.
Justamente por la razón opuesta a esto eran las ocho y media de la noche y estaba sentado en una butaca del segundo pullman de un teatro, en la ultima fila, lo mas alto que podía, donde se llegaba a ver el piano, esperando a que empiece el concierto.
Pianistas, ¿que decir de ellos? ¿Cómo no empezar a prejuiciar a cada uno de ellos como un ser obsesivo hasta la miseria y soledad que conciencia su avaro afán de quedarse con todo, de no compartir escenario, de no necesitar otro, de no aceptar derrota? ¿Cómo no hacerlo? Simplemente no lo haré. Este en particular no sería prejuzgado, será juzgado por esos pantalones anchos negros que hasta llegan a brillar un poco a la luz del teatro encendido. Será juzgado por su enorme melena en rulos que ayuda a teatralizar lo que se toca con súbitos saltos hacia atrás y ademanes hacia delante, me dije.
El primer movimiento se va, en el segundo me quedo dormido: sueño algo que pronto olvido y esforzándome con ojos cerrados vuelvo a recordar. En un siguiente momento de inmersión vuelvo a olvidar, pero aun ahora recuerdo que veía unos seres con orejas enormes y negras, usando esmoquin de cola larga, planificando o tramando algo a lo cual me dejaban de lado. Estaban al tanto de mi presencia y supongo que en base a eso conspiraban. Un tercer movimiento que empezaba a mostrarse interesante y lo que sigue no llega a quedarse en silencio. El pianista, obviamente, manteniéndose impecable y firme, parado entre el piano y el público recibiendo una ovación, llevando su pelo enrulado hacia delante, hacia bien adelante, sobrepasando los límites del escenario, para luego volver a enderezarse para salir por la puerta a la izquierda que se ubica en el fondo del escenario. El intermedio. Probablemente la razón por la cual muchos de los que están ahí asisten. Manos por doquier que sujetan apoyabrazos para ayudar a levantar a sus cuerpos dueños y ojos que buscan reconocer amistades, enemistades, miradas que no corresponden y las que sí, que por así serlo, no se las desea tanto. Una fracción del publico que se escapa del calor de la sala pidiendo tomar aire y la gran mayoría quedándose, deambulando por los pasillos, juzgándolo todo y a todos.
La pareja de mi derecha se mira y de a momentos parecen comentarse algo que cada uno sabe que no es necesario decir, se muestran cómodos y seguros. Están por si solos y no quieren otra cosa. A mi izquierda giran hacia atrás a recibir otras amistades con las que se comentan fiestas pasadas, donde alguna era una extraña y se comporto reprobablemente y como su hermano es el ser mas tierno y lleno de amor que había visto, planeando y disfrutándolo todo en su nueva relación con la hermana de la amiga de la otra.
La fila de adelante, integrada por un grupo de amigas, empieza a discutir sobre hombres mientras que una, por el calor, empieza lo que seria un extenso periodo de desvestimiento que, lamentablemente, no terminaría nunca. El concierto finalizaría primero y ella generaría las mismas acciones a la inversa para sentirse lo suficientemente abrigada y anónima como para volver a la calle y así a donde se dirigiera.
A más prendas va acomodando sobre el apoyabrazos, contra el respaldo de su asiento, debajo del mismo y sobre su cartera, mas miradas la pasean y la recorren, cada vez mas detallada y pausadamente, por donde deja mostrar piel. Hacia el final del intermedio (porque si, en algún punto sabia que seguía en un teatro, en un concierto y que faltaba la mitad del mismo) estira la cabeza y con ella toda su figura hacia delante, mostrando toda su larga espalda en una especia de movimiento ondulante, danzante, hasta arábico. Piel desde donde termina su pelo corto hacia la altura de las axilas y desde quince centímetros mas abajo hasta su ropa interior. Como sabiendo la rutina del espectáculo, termina su demostración cuando las luces ya no están tan prendidas y los hombres somos bajados a un simple teatro, en nuestras pequeñas butacas, de un tirón, desde ese olimpo de sensualidad y baba en la cual nos elevó.

La figura de negro y melena aparece por la misma puerta por la cual se había ido y, volviéndose a sentar junto al piano, se toma unos instantes con su pera casi sobre sus clavículas antes de empezar la siguiente pieza. Arranca con velocidad, muy tranquilo y muy suave. En el primer pullman, un nivel debajo de donde estoy, veo una señora vestida completamente de rojo. Casualmente se encuentra en el asiento donde más da la única luz que sigue encendida durante el espectáculo y toda la audiencia a su alrededor se ve en penumbras. Resalta con mucha fuerza y su posición es muy atenta. Con las manos abiertas y las palmas apoyadas sobre sus muslos rojos, mirando al pianista con un leve aire perfilado. Porque no mira el espectáculo, no mira el escenario, no ve un hombre con un piano. Ve al pianista, y este está dirigiéndose en esa dirección, hacia ella, empiezo a imaginar. Me hundo en la butaca viendo las distintas animosidades con las cuales él intenta provocarla con su instrumento y ella reacciona de la misma forma a la hostilidad más fuerte y a la melosidad más acariciada: permanece inmóvil, roja, increíblemente roja y bien alto. Sin dejarle a él un respiro, obligándolo a la devoción. Desde el fondo de mi asiento imagino el ritmo con el que respiran; como él va con la música intentando conmoverla, generarle el suspiro, y como ella intenta controlar la relación, ser inmune a los cambios de ritmos, de armonías y cortes, bajando sus palpitaciones cuando él sube demasiado y apurándolo cuando aquel quiere descansar.
Me enderezo sobre el respaldo y viendo, casi desde un perfil exacto, la figura del interprete con su piano me doy cuenta que no logro disfrutar algo cuando siento que no lo puedo hacer. No eso exactamente, sino que es mas una sensación de no sentirme apto a disfrutar, quizás hasta a entender, algo que no puedo orbitar e intentar con mis manos y sangre. No en forma competitiva necesariamente. Mas bien en algo mas fraternal y hasta educativo y didáctico. Veo el piano, intento seguir el movimiento de las manos y luego el mas difícil juego de dedos y no logro entregarme a ese disfrute, algo me limita.
Vuelvo a verla a ella y en la romántica fantasía del rojo contra el negro, pasan varias piezas más y el aplauso vuelve a aturdir. El intérprete se para, agradece con su ademán una, dos veces. Se va por la puerta y, como el aplauso no se detiene, vuelve al piano. El silencio parece sostener todas las manos y se escucha una pequeña obra con aires melancólicos. La mujer de rojo parece encabezar el aplauso desde su zona en el primer pullman y el pianista, así, es traído al escenario de vuelta luego en su nuevo intento de huida. Ahora quiere sorprender con lo opuesto y la reacción obtenida también es la opuesta a la que desea: su femme en rouge ahora esta de pie ovacionándolo con la frialdad con la que antes lo manejaba y un ritmo en las manos que difiere al de cualquier otro aplauso de los que están siendo producidos en la sala. Termina esclavizando al pianista, lo tiene en sus manos y él con gusto se entrega y se ofrece una vez más como interprete. Para cuando termina, su musa ya esta de pie y detrás de su butaca, donde la luz no supera una diagonal por el cuello y se la ve con un tapado marrón sobre los hombros y mirando ya a su esclavo por sobre estos, informándole que ya terminó, que puede largarse, que ya cumplió. Esta satisfecha y no lo necesita más. Váyase, si se lo necesita será vuelto a llamar.
Los aplausos se esfuman a medida que el pianista cierra la puerta por la cual dejó el escenario; cabizbajo, lento, vencido.

A las 22:20 estoy rodeando el teatro, caminando hacia la avenida Córdoba. Siento que no vengo de ningún lugar en especial, menos de un teatro y de un concierto. Siento como si hubiera aparecido repentinamente caminando por Libertad hacia la avenida sin saber tampoco porque es hacia el sur que me encamino. Miro dentro de los bares y no distingo caras, escucho distintos idiomas esperando afuera de un restaurante pero no se de donde provienen. Media cuadra antes de Córdoba veo pasar mi colectivo lentamente. Me acelero solo un instante para desalentarme y, de algún lugar desconocido y profundo, surge el impulso. Dos cuadras mas tarde estoy subiendo al 132 con calor en el pecho y en la zona baja de la espalda. Inhalo grandes bocanadas que exhalo por la nariz con fuerza y luego de sacar boleto y sentarme en el fondo sigo con esos calores tan localizados y el pulso acelerado. Recuerdo el concierto, el piano, la mujer de rojo, la mujer desvistiéndose, su espalda y un segundo en especial donde pensé algo que nunca había pensado. “Me niego a dividir el espacio en días y mucho menos en medidas mas pequeñas” y que “no puedo disfrutar lo que no puedo hacer”. Miro mis pies, mis manos, mi pecho y me asusto.

(...)